¿Y si las “contracturas” no fueran lo que creemos?
Seguro que alguna vez has notado un "nudo" en el cuello o una rigidez en la espalda que te ha hecho pensar: “tengo una contractura”. Es uno de los diagnósticos más frecuentes en consultas médicas o de fisioterapia. Pero… ¿y si ese dolor no viniera realmente del músculo?
La nueva mirada de la neurociencia del dolor
Cada vez más estudios apuntan a que muchas de esas sensaciones de tensión y rigidez podrían no deberse a un músculo “atrapado”, sino a una respuesta de protección del sistema nervioso. Es decir: el músculo está bien, pero el cerebro interpreta una amenaza y activa una señal de alarma.
Investigadores como Lorimer Moseley o Arturo Goicoechea llevan años estudiando este fenómeno. Según Moseley, “muchos dolores que atribuimos a contracturas se deben, en realidad, a la sensibilización del sistema nervioso”. El dolor es real, pero no siempre está relacionado con un daño estructural.
No es que te lo estés imaginando. Es que el cuerpo protege más de la cuenta.
Imagina una alarma de humo que salta cuando solo estás hirviendo agua. No hay fuego, pero la alarma se activa igual. Eso es lo que puede estar ocurriendo en tu sistema nervioso: se ha vuelto tan sensible, que interpreta como peligrosa una señal que no lo es.
Esto explica por qué a veces sentimos que no podemos movernos, aunque no haya ninguna lesión muscular, o por qué los tratamientos convencionales (masajes, calor, estiramientos) no siempre funcionan a largo plazo.
¿Qué hacer entonces?
La clave está en educar al sistema nervioso. Esto incluye:
Comprender cómo funciona el dolor.
Dejar de temer al movimiento.
Modificar creencias erróneas sobre nuestro cuerpo.
Y, sobre todo, trabajar desde la calma, la autonomía y la confianza en nuestra recuperación.
En nuestras sesiones, no solo abordamos el dolor, sino la manera en que lo entiendes y lo interpretas. Porque muchas veces, esa es la pieza que falta para empezar a mejorar de verdad.